El matrimonio, en resumidas cuentas, consistía en la compra de la novia a su padre (o algún pariente cercano), por parte del novio. El único limite de esposas para un mapuche, eran sus recursos, mientras las pudiese costear, no había problema. Sin embargo, la mujer siempre cumplió un rol más cercano a esclava que a pareja. Encargada de cocinar, tejer o labrar la tierra, por ejemplo, sin olvidar tampoco sus deberes conyugales.
La unión de los esposos, venía a ser así un negocio lucrativo y un agradable consorcio. Los caciques, que eran los hombres más pudientes, solían de esta manera casarse hasta con veinte mujeres.
La cohabitación de las esposas tenía lugar por semana, tocándole a cada mujer durante su turno el cuidado de dar de comer al marino. Sin embargo, en cada familia existía una “primera” que era la preferida del dueño de casa. Si por ejemplo, una de las mujeres se molestaba con su marido, tenia la libertad de volver a casa de sus padre, claro de debía pagar el precio equivalente que en algún momento pago el novio por ella.
Si por ejemplo, decidía casarse con otro hombre, este debía pagarle al primer esposo el equivalente de lo que el dio por la mujer. En el caso de que el marido no estuviese conforme con su esposa o si la pillase en laguna conducta inapropiada, como adulterio, el estaría en todo su derecho de de volverla a sus padres y esperar su dinero de regreso o incluso venderla a otro mapuche.
En esta época ya existía del divorcio. Por ejemplo si el hombre se ausenta del lado de su o sus esposas, por más de dos años y alguna de estas ya entablo una nueva relación, ella debe recibir del marido ausente lo mismo que en algún momento este pago a su padre por ella.
En el caso de que el hombre fallezca, todos los bienes pasan a su hijo varón mayor, incluyendo sus esposas, siendo la madre la única reservada.
Del principio se considera a la mujer como una propiedad cualquiera, se deduce, igualmente, que “el que tiene más hijas es más rico y se tiene por mas dichoso.”
Información: "Los aborígenes de Chile", José Toribio Mendina, 1952.
La unión de los esposos, venía a ser así un negocio lucrativo y un agradable consorcio. Los caciques, que eran los hombres más pudientes, solían de esta manera casarse hasta con veinte mujeres.
La cohabitación de las esposas tenía lugar por semana, tocándole a cada mujer durante su turno el cuidado de dar de comer al marino. Sin embargo, en cada familia existía una “primera” que era la preferida del dueño de casa. Si por ejemplo, una de las mujeres se molestaba con su marido, tenia la libertad de volver a casa de sus padre, claro de debía pagar el precio equivalente que en algún momento pago el novio por ella.
Si por ejemplo, decidía casarse con otro hombre, este debía pagarle al primer esposo el equivalente de lo que el dio por la mujer. En el caso de que el marido no estuviese conforme con su esposa o si la pillase en laguna conducta inapropiada, como adulterio, el estaría en todo su derecho de de volverla a sus padres y esperar su dinero de regreso o incluso venderla a otro mapuche.
En esta época ya existía del divorcio. Por ejemplo si el hombre se ausenta del lado de su o sus esposas, por más de dos años y alguna de estas ya entablo una nueva relación, ella debe recibir del marido ausente lo mismo que en algún momento este pago a su padre por ella.
En el caso de que el hombre fallezca, todos los bienes pasan a su hijo varón mayor, incluyendo sus esposas, siendo la madre la única reservada.
Del principio se considera a la mujer como una propiedad cualquiera, se deduce, igualmente, que “el que tiene más hijas es más rico y se tiene por mas dichoso.”
Información: "Los aborígenes de Chile", José Toribio Mendina, 1952.
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